Atraviesas la puerta y te observo cuando llegas, traviesa,
perdida y risueña. Me diriges una de esas miradas que tanto añoro y me gustan.
Tu cuerpo roza el mío, tu nariz roza la mía, nuestras pupilas se encuentran y callan.
Los corazones se dilatan. Despacio, poco a poco, acaricias mi piel; como con
una pizca de inseguridad, pero pronto siento tu fuerza. Me abres, me abro. Para
ti. Coges lo mejor que hay en mi corazón. Me entrego a ti, al embrujo de tus
manos. Y ese instante me eleva porque crees absolutamente en todo lo que te
digo. Confías ciegamente en mi. Ahora. En nadie más que en mi, en mi amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario